
Santísima Trinidad
Evangelio según San Mateo 28,16-20.
En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.
Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo".
Deuteronomio 4,32-34.39-40.
Pregúntale al tiempo pasado, a los días que te han precedido desde que el Señor creó al hombre sobre la tierra, si de un extremo al otro del cielo sucedió alguna vez algo tan admirable o se oyó una cosa semejante.
¿Qué pueblo oyó la voz de Dios que hablaba desde el fuego, como la oíste tú, y pudo sobrevivir?.
¿O qué dios intentó venir a tomar para sí una nación de en medio de otra, con milagros, signos y prodigios, combatiendo con mano poderosa y brazo fuerte, y realizando tremendas hazañas, como el Señor, tu Dios, lo hizo por ustedes en Egipto, delante de tus mismos ojos?.
Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es Dios - allá arriba, en el cielo y aquí abajo, en la tierra - y no hay otro.
- Observa los preceptos y los mandamientos que hoy te prescribo. Así serás feliz, tú y tus hijos después de ti, y vivirás mucho tiempo en la tierra que el Señor, tu Dios, te da para siempre.
"Danos a profesar la verdadera fe reconociendo la gloria de eterna Trinidad" (colecta)
El alma que ama a Dios jamás se sacia, más hablar de Dios es audaz: nuestro espíritu está muy lejos de un asunto tan grande... Cuanto más nos acercamos al conocimiento de Dios, más sentimos profundamente nuestra impotencia. Así le ocurrió a Abraham y también a Moisés: aunque que podían ver a Dios, en lo que le es posible al hombre, tanto uno como el otro eran el más pequeño de todos; Abraham se llamaba" tierra y ceniza ", y Moisés era de palabra torpe y lenta (Gn 18,27; Ex 4,11). Comprobaba en efecto, la debilidad de su lengua para traducir la grandeza de aquel que su espíritu acogía. Hablamos de Dios no tal como es, sino tal y como podemos cogerlo.
En cuanto a tú, si quieres decir u entender algo de Dios, deja tu naturaleza corporal, deja tus sentidos corporales... Eleva tu espíritu por encima de todo lo que ha sido creado, contempla la naturaleza divina: es allí, inmutable, indivisa, luz inaccesible, gloria brillante, bondad deseable, belleza inigualable, donde el alma es herida, pero no lo puede expresar con palabras adecuadas.
Aquí es el Padre, el Hijo y el Santo Espíritu... El Padre es el principio de todo, la causa del ser del que es, la raíz de los vivientes. Es aquel del que fluye la Fuente de la vida, la Sabiduría, la Potencia, la Imagen perfecta semejante al Dios invisible: el Hijo engendrado por el Padre, El Verbo vivo, que es Dios, y que regresa al Padre (1Co 1,24; He 1,3; Jn 1,1). Por este nombre de Hijo, sabemos que comparte la misma naturaleza: no es creado por una orden, sino que brilla sin cesar a partir de su sustancia, unido al Padre de toda eternidad, igual a él en bondad, igual en potencia, compartiendo su gloria...
Y cuando nuestra inteligencia haya sido purificada de pasiones terrestres y cuando deje a un lado toda criatura sensible, igual que un pez que emerge de las profundidades a la superficie, devuelta a la pureza de su creación, verá entonces el Espíritu Santo allí dónde está el Hijo y donde está el Padre. Este Espíritu también, siendo la misma esencia según su naturaleza, posee todos los bienes: bondad, rectitud, santidad, vida... Lo mismo que arder está ligado al fuego y resplandecer a la luz, así no se le puede quitar al Espíritu Santo el hecho de santificar o dar vida, no más que la bondad y la rectitud.
Carta de San Pablo a los Romanos 8,14-17.
Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.
Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre!
El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.
Comentario a San Mateo 28,16-20.
Después de celebrar la gran Fiesta de Pentecostés, el domingo siguiente, hoy, celebramos la fiesta del gran misterio de nuestra fe: la Santísima Trinidad. Tiene lógica. Después de contemplar durante la Semana Santa que Jesús vino al mundo para salvarnos; se hizo hombre, murió y resucitó por nosotros; después de cuarenta días ascendió a los cielos y, finalmente, nos envió su Espíritu, hoy celebramos, de algún modo, la totalidad del misterio de la fe, no porque esté particionado, que sea por partes, pero sí nos ayuda a comprender que este Dios –que es Padre– envió a su Hijo al mundo para también darnos su Espíritu y que comprendamos, finalmente, que es un solo Dios en tres personas.
Nunca agotaremos totalmente el misterio de la Santísima Trinidad, nunca podremos comprenderlo totalmente. No sé si te acordarás de ese cuente, esa historia que parece ser que la cuenta san Agustín –que fue una especie de sueño o revelación– en donde él caminando por la playa, ve a alguien que estaba haciendo un pozo en la arena y, cuando se acercaba las olas del mar, trataba de meter el agua en ese pozo; y cuando el agua se iba, volvía a hacer lo mismo, y él se le acercó y le preguntó: «¿Qué estás haciendo?». «Tratando de meter toda el agua del mar en este pozo». Y san Agustín le dijo: «Eso es imposible». Bueno, es lo mismo que estás intentando hacer vos al tratar de comprender el misterio de la Santísima Trinidad.
Bueno, es un cuento que gráfica un poco la imposibilidad que tiene nuestra razón para comprender totalmente, pero, al mismo tiempo, no podemos dejar de decir que es misterio porque también se nos muestra, también se nos reveló. No podríamos comprender que Dios es Uno y Trino si no hubiera sido porque él mismo nos lo reveló con su palabra, con su vida, con su Espíritu. Por eso, es el misterio de los misterios. Es misterio porque es insondable y, al mismo tiempo, es misterio porque algo se nos muestra, porque se nos revela. Las dos caras de la misma moneda: podemos conocer a Dios porque él se nos reveló, pero, al mismo tiempo, no podremos agotarlo totalmente.
Bueno, hoy celebramos eso, que tenemos un Dios que es amor y que ese amor infinito que se da así mismo entre las personas, también quiso manifestarse a nosotros. Sabemos, sabemos que nada de lo que podamos decir hoy alcanza, que todo lo que podamos decir de Dios siempre es menos de lo que realmente es. Sabemos que nada de lo que queramos aportar, aporta lo suficiente. Dios es: esa es la gran verdad. Dios es, y es absolutamente más grande que todo lo que podamos imaginar. Por eso, y siempre, hoy especialmente, en el día de la Trinidad, no importa tanto lo que nosotros, lo que los sacerdotes, vos y yo podamos decir de él, sino que lo que tenemos que dejar es que él nos lo diga a nosotros. Aún no escuchamos y no sabemos cómo es realmente nuestro Dios. Nos equivocamos mucho cuando hablamos de él, cuando pensamos sobre él, cuando incluso nos damos el lujo de enojarnos con él.
La Trinidad es comunión de amor, es libertad pura para amar. La Trinidad vino a vivir, se «acostumbró» a estar con nosotros en Jesús para que nosotros sepamos cómo es él, para que nosotros sepamos cómo vive este Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Trinidad es una, pero no está sola. Ama infinitamente. Y el que ama nunca jamás está solo.
Como imagen y semejanza de este Dios Trino, nosotros no estamos hechos para estar solos, ni siquiera para pensar que estamos solos. Nunca estamos solos, aunque muchas veces nos aislemos. ¡Que no se nos ocurra pensar hoy que estamos solos! ¡Ni siquiera nos imaginemos esta situación! Por eso no creas, no sientas, no vivas como si estuvieras solo, «creando tu propia vida». El que «construye su propia vida», pensando y viviendo como “solo”, como si estuviera solo, finalmente se queda solo, bien solo.
Y por eso Jesús, antes de ascender a los cielos, en Algo del Evangelio de hoy, envió a sus discípulos que todavía dudaban a evangelizar, a bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a enseñar todo lo que él había hecho y mandado, y prometió su presencia para siempre con nosotros hasta el fin del mundo.
Esa es nuestra misión, hablarle a los hombres de que Dios es Padre que ama, que es misericordioso, que somos sus hijos, que Dios también es Hijo; y, por eso, vino a hacerse como uno de nosotros, nuestro hermano, a vivir como nosotros y a enseñarnos a vivir como él quiere, y nos dio su Espíritu para que él habite en nosotros y nosotros tengamos la fuerza para vivir como él desea. No nos olvidemos que esa es nuestra misión: hablarle a los hombres de Dios y hablarle a Dios de los hombres.