
Jueves de la 6a semana de Pascua
Evangelio según San Juan 16,16-20.
Jesús dijo a sus discípulos:
"Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver".
Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: "¿Qué significa esto que nos dice: 'Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver'?. ¿Y que significa: 'Yo me voy al Padre'?".
Decían: "¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir".
Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: "Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: 'Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver'.
Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo."
Libro de los Hechos de los Apóstoles 18,1-8.
Pablo dejó Atenas y fue a Corinto.
Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, que acababa de llegar de Italia con su mujer Priscila, a raíz de un edicto de Claudio que obligaba a todos los judíos a salir de Roma. Pablo fue a verlos,
y como ejercía el mismo oficio, se alojó en su casa y trabajaba con ellos haciendo tiendas de campaña.
Todos los sábados, Pablo discutía en la sinagoga y trataba de persuadir tanto a los judíos como a los paganos.
Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se dedicó por entero a la predicación de la Palabra, dando testimonio a los judíos de que Jesús es el Mesías.
Pero como ellos lo contradecían y lo injuriaban, sacudió su manto en señal de protesta, diciendo: "Que la sangre de ustedes caiga sobre sus cabezas. Yo soy inocente de eso; en adelante me dedicaré a los paganos".
Entonces, alejándose de allí, fue a lo de un tal Ticio Justo, uno de los que adoraban a Dios y cuya casa lindaba con la sinagoga.
Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor, junto con toda su familia. También muchos habitantes de Corinto, que habían escuchado a Pablo, abrazaron la fe y se hicieron bautizar.
Salmo 98(97),1bcde.2-3b.3c-4.
Canten al Señor un canto nuevo,
porque él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria.
El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
en favor del pueblo de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos.
Comentario a San Juan 16,16-20.
Si empezamos el día intentando no pensar tanto en lo que tenemos que hacer, sino en lo que podemos contemplar, frenando un poco para hacer silencio, te aseguro que todo va a ser mucho mejor, vas a tener otra mirada de lo que ves, de lo que vivís. Pero si empezamos el día escuchando las malas noticias, que nos rodean continuamente, escuchando los problemas de tránsito, los problemas del mundo y del país, escuchando otras voces que no son la de Jesús, por ahí no es malo, no digo que sea malo, pero nos perdemos de algo, de algo mucho mejor. Nos perdemos de la serenidad de la mañana. Por algo los monjes empiezan su día diciendo: «Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza». Empiezan sus días pidiendo a Dios que les abra los labios solo para alabar. Vos dirás: «Bueno, pero son monjes». Sí, es verdad, pero podemos tomar lo esencial. Nosotros empezamos el día levantando a veces a nuestros hijos, haciéndoles el desayuno, empezando a manejar y a lidiar con el tránsito, llevando los hijos al colegio, a la escuela, amontonándonos en un medio de transporte. Sí, es verdad, todo esto es complicado; pero se puede intentar dejar que el primer silencio de la mañana no se rompa por lo menos por culpa nuestra. Intentá escuchar solo la Palabra de Dios al principio, intentá no encender ninguna radio, ninguna televisión.
Dentro de poco celebraremos la fiesta de la Ascensión de Jesús a los cielos, el momento histórico en el que los discípulos vieron a Jesús volver al Padre. Habían dejado de verlo con su muerte, volvieron a verlo después de resucitado y dejaron de verlo después de su ascensión. Un ir y venir de presencias y ausencias de Jesús, algo que nosotros no vivimos en carne propia, no vivimos con nuestros propios ojos, por decirlo de alguna manera; pero que, de un modo u otro, místicamente, lo experimentamos o lo experimentaremos algún dia, así es la vida. Jesús no se deja ver por nuestros ojos, pero sí se nos manifiesta de muchas maneras, y podríamos decir que también «lo dejamos de ver» y después «lo volvemos a ver», momento a momento, día a día. La vida de fe, nuestra vida espiritual muchas veces es un vaivén de distintos momentos en los que por momentos, valga la redundancia, vemos a Jesús claramente y eso nos llena de gozo, y muchas otras un «dejar de verlo» que nos puede conducir a la tristeza o desesperanza. Es así la dinámica de la fe, no hay porqué asustarse. Si pretendemos «ver» siempre a Jesús, experimentarlo en todo momento y lugar, a la larga nuestra fe tendrá que pasar por el tamiz de la crisis del «no ver», del dejarlo de experimentar, como les pasó a los discípulos. Es así, no le busquemos otra vuelta, no busquemos el «pelo al huevo». Hay ausencias de Jesús que son necesarias para dejar lugar a algo mejor, a un gozo más grande que vendrá después. «Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo».
Lo lindo de Algo del Evangelio de hoy es que Jesús les asegura a los discípulos y a nosotros de que la «tristeza se convertirá en gozo». La tristeza para el cristiano debe ser siempre pasajera, jamás puede llegar para instalarse en el alma, para echar raíz en el corazón. Puede golpear la puerta de nuestra casa, puede entrar por un momento, pero no puede apoltronarse en el «living» de nuestro corazón. No pienses que esa tristeza que tenés va a durar siempre, sabé mirar más allá, sabé esperar, sabé confiar en que Jesús te convertirá ese sentimiento en un gozo imborrable cuando menos lo esperes, incluso cuando menos lo busques. Seguro que alguna vez ya te pasó, seguro que lo viviste; por eso no te olvides que la tristeza es pasajera y que salir de esa tristeza también depende de nuestros deseos de salir de ese aislamiento que puede convertirse en soledad instalada y hace tanto mal, a nosotros y a la Iglesia. Es triste ver cristianos tristes, no estamos hechos para la tristeza.
Por otro lado, lo lindo del gozo es que jamás puede ser pleno si no es compartido y eso ayuda a otros a salir de sus encierros.
Todos vivimos esa experiencia de alguna manera, todos hemos alegrado a otros y todos hemos sido alegrados por otros. Todos necesitamos compartir la alegría, es esencial a la alegría, que se derrame, que se comparta. Una vez unos novios, me acuerdo, ya con fecha de casamiento, me contaron que algunas dificultades de distancia en sus familias, evitaban que puedan avisar a todos juntos la fecha de su casamiento; y eso hacía que no pudieran disfrutar de la noticia que tenían en el corazón. La alegría del matrimonio no era solo para ellos. Es así, las alegrías son para compartirlas, los gozos son para darlos, las alegrías espantan las tristezas y los gozos quitan las soledades.
Si andás alegre, contalo, compartilo, hace bien. Si andás triste, pensá de donde viene esa tristeza, qué fue lo que la originó, para poder compartirla, pero mientras tanto andá y quedate un momento con Jesús, mientras tanto andá y buscá la compañía de alguien que esté alegre, que eso te va ayudar.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.