
Martes de la 6a semana de Pascua
Evangelio según San Juan 16,5-11.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
"Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'.
Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré.
Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio.
El pecado está en no haber creído en mí.
La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán.
Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado."
Libro de los Hechos de los Apóstoles 16,22-34.
La multitud se amotinó en contra de ellos, y los magistrados les hicieron arrancar la ropa y ordenaron que los azotaran.
Después de haberlos golpeado despiadadamente, los encerraron en la prisión, ordenando al carcelero que los vigilara con mucho cuidado.
Habiendo recibido esta orden, el carcelero los encerró en una celda interior y les sujetó los pies en el cepo.
Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban las alabanzas de Dios, mientras los otros prisioneros los escuchaban.
De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.
El carcelero se despertó sobresaltado y, al ver abiertas las puertas de la prisión, desenvainó su espada con la intención de matarse, creyendo que los prisioneros se habían escapado.
Pero Pablo le gritó: "No te hagas ningún mal, estamos todos aquí".
El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas.
Luego los hizo salir y les preguntó: "Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?".
Ellos le respondieron: "Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia".
En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.
A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia.
Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios.
Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.7c-8.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo.
y daré gracias a tu Nombre
por tu amor y tu fidelidad.
Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.
y tu derecha me salva.
El Señor lo hará todo por mí.
Tu amor es eterno, Señor,
¡no abandones la obra de tus manos!
Comentario San Juan 16,5-11.
«Este es mi mandamiento –nos dijo Jesús–: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado». Vuelve a resonar en nuestro corazón estas palabras del Evangelio del domingo que acabamos de pasar; estas palabras que, como siempre, escuchadas a simple vista con vuelo rasante parecen imposibles. Sin embargo, Jesús nos invita a aceptar primero su amor. Es tan difícil amar como sentirse amado, como reconocer verdaderamente que somos amados incondicionalmente. Ese es nuestro primer paso: si todavía no podemos amar como él ama, reconocernos amados. No importa lo que hayamos hecho, no importa como estemos hoy, no importa si somos más o menos buenos, él nos ama siempre, él nos amó primero y esa es la gran noticia que debemos aceptar con tanta alegría.
Empecemos este martes llenos de alegría por saber que Jesús nos amó primero, que Jesús nos da su amor, se entrega a nosotros para que desborde nuestro corazón de gozo, y así podamos animarnos a amar como él ama. Levántate, no te desanimes, Jesús te ama, y no es un eslogan publicitario, es la verdad. Jesús nos ama profunda e infinitamente.
Yendo a Algo del Evangelio de hoy podemos ver como Jesús anuncia su partida, y ese anuncio les trajo a los discípulos una gran tristeza. Dijo así: «Ustedes se han entristecido». Obviamente, ¿quién no se pondría triste? Ellos no terminaban de entender que era «necesario» que él se vaya, de que «les convenía que él se vaya». Esa es la cierta paradoja de nuestra fe, las ausencias que nos pueden traer presencias distintas, amores diferentes. Soledades que nos pueden traer mayores frutos, mayor madurez, mayor convicción de que, en realidad, nunca estamos solos.
¿Conoces a esas personas que no pueden estar solas, que no pueden estar quietas, que siempre tienen que estar haciendo algo, que parece ser que no pueden disfrutar de la gratuidad de «no estar haciendo nada»? Fijate si a vos no te pasa lo mismo, que a mí me pasa a veces. A todos nos puede pasar. Tenemos que reconocer que el mundo de hoy colabora muchísimo a que nos pase esto. Todo es rápido, todo tiene que hacerse ya, siempre tengo que estar comunicándome con alguien, casi que nunca podemos y sabemos estar solos. Sin embargo, es tan necesario. Fue necesario que Jesús se haya ido físicamente de este mundo para que todos hayamos podido encontrarlo. Así lo dijo él mismo: «Pero si me voy, se lo enviaré». Es bueno que nos tomemos un tiempo para estar solos, es bueno que también dejemos solos a los que tenemos a nuestro cargo, es bueno que dejemos que los demás sepan estar solos. Pensá en los tuyos. Es bueno que los demás tengan sus tiempos, que dejemos «respirar» a los otros, porque a veces incluso no podemos estar solos y no dejamos que los otros estén solos. Cuando Jesús se apartaba para estar solo, sus discípulos lo dejaban tranquilo. Cuando los discípulos volvían de misionar, Jesús mismo los apartaba un poco para que descansen, para que estén solos.
Preguntate si sabés apartarte como Jesús para escuchar tu corazón y al escuchar tu corazón, escuchás lo que Dios Padre te dice, escuchás al Espíritu que está dentro tuyo. Podríamos preguntarnos si somos capaces de escuchar la voz interior que nunca nos abandona, que siempre nos hace sentir acompañados. Pensemos si no estamos tapando lo mejor de nosotros con una adicción tan moderna que es «el activismo», esa manía de pensar y creer que solo haciendo cosas nos salvaremos y salvaremos a los demás. Si Jesús hubiese querido salvar al mundo por el hacer, se hubiese puesto a predicar desde su adolescencia, se hubiese puesto a «hacer cosas» y milagros desde mucho antes; sin embargo, empezó a los 30 años. Es para pensar, ¿no? Aprendamos hoy a sentarnos por un tiempo, a postrarnos por un momento, para «no hacer nada» a los ojos de los demás, para estar simplemente solos, por pura gratuidad, no esperando mayor recompensa que el estar con Jesús. Jamás estamos solos si aprendemos a estar solos.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.