Comentario a Lucas 24, 35-48:
Puede ser que te sorprendas un poco con lo que voy a decir, lo que muchas veces me digo a mí mismo siempre: ¡no es fácil creer! Cuando uno crece en la vida de la fe, no me refiero con esto a «saber» muchas cosas, a ser grandes teólogos, sino a pensar de un modo más profundo lo que implica creer, a madurar en la fe, lo que significa la resurrección de Jesús y vivir también de acuerdo a lo que nos enseña la fe, deberíamos reconocer con humildad que no es sencillo creer, no hay que dar por sentado que el creer es algo fácil. Si esto fuera cierto, todos deberían haber creído en la resurrección de Jesús, todos deberían creer en que él está vivo; sin embargo, no es así, las evidencias nos llueven por todos lados, las evidencias de que no es evidente, valga la redundancia, creer que Dios se haya hecho hombre, de que haya muerto y resucitado. Incluso podríamos decir que cuanto más «evidencias» buscamos, en el sentido científico de la palabra, o por lo menos de la ciencia moderna, más obstáculos a veces podemos encontrar, en cuenta a la resurrección me refiero. Si vos y yo creemos, se lo debemos a la gracia que recibimos para acoger la fe y responderle también a Jesús, y muy poquito a nosotros mismos; porque, en definitiva, «todo es gracia», como decía santa Teresita.
Por eso, qué buena oportunidad para pedirle a Jesús que nos abra la inteligencia, para que podamos comprender las Escrituras. Es buen día para hacer esto, porque justamente, en Algo del Evangelio de hoy, Lucas lo dice claramente: «Les abrió la inteligencia para que pudieran comprender…». Esto es algo que tenemos que pedir siempre y que a veces nos olvidamos, yo también me lo olvido. Si todos los días hiciéramos este ejercicio, si todos los días nos acordáramos de pedirle a Jesús, ¡qué distinto sería todo! Sin la gracia que viene de lo alto, sin la gracia que viene de Jesús, no podemos comprender en su totalidad todo lo que está escrito para nuestra enseñanza, para nuestra santidad. ¡Señor, que hoy podamos comprender un poco más! ¡Señor, te pedimos que hoy nos abras un poco la inteligencia de la mente y del corazón, para poder encontrarte en la Escrituras, para poder reconocerte resucitado a nuestro alrededor, en cada palabra, en cada gesto, en cada misa, en cada Eucaristía! ¡Señor, acompáñanos como a los discípulos de Emaús, explícanos las cosas porque nuestra mente es pequeña y un poco lenta! ¡Señor, te pedimos que te nos manifiestes, así somos testigos de todo esto ante el mundo que muchas veces no cree y vive como si no existieras! Te pedimos esto y todo lo que nuestro corazón no se anima a pedir.
Imaginando la escena hoy, ¿quién de nosotros, poniéndose en el lugar de los discípulos, no actuaría de la misma manera? Temor, alegría, admiración y resistencia a creer. Pasaron por todos los estados de ánimo posibles en un corto tiempo. Primero, miedo; después, alegría, admiración y al final, una especie de resistencia a tanta alegría ¿Es posible todo esto? ¿Es posible semejante alegría? Creo que a cualquiera de nosotros nos hubiera pasado lo mismo, que nosotros haríamos lo mismo. No es fácil creer semejante acontecimiento, no es fácil creer cuando la alegría es demasiado grande. Evidentemente no habían comprendido ni las Escrituras, ni lo que Jesús les había dicho de tantas maneras y tantas veces. En la vida necesitamos creer en la Palabra de Dios, pero también necesitamos la confirmación de esa Palabra, necesitamos experimentar en carne propia la realidad de lo que leemos. Es por eso que muchas cosas en la vida no las terminamos de creer hasta que no nos pasan. Cuando nos pasan, por ahí decimos: «¡¡¡Ah!!! Ahora entiendo, ahora descubro eso que antes leía y no comprendía». Los discípulos necesitaron vivir esta experiencia para confirmar lo que Jesús les había dicho de palabra.
Nosotros también hoy necesitamos experimentar la presencia real de Jesús en nuestras vidas para ser testigos verdaderos de él en el mundo; si no, ¿de qué somos testigos? Cristiano es el que cree en Jesús, cree en la Palabra, pero no solo cree, sino que lo experimenta, lo vive; y como lo experimenta y lo vive, es testigo de lo que cree y vive, refleja con su vida lo que lee, cree y experimenta. Estos días de Pascua son días para volver a creer, para volver a experimentar que Jesús está vivo, y nos pide que, con nuestro testimonio, mostremos que esto es verdad. Si hubiera más testigos reales de que Jesús vive, ¡qué distinto sería todo!, ¿no?
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p. Rodrigo Aguilar